Iris

En algún lugar de Colima, cuyo nombre nunca supe, conocí a Iris y su obsesión por los colibríes.
Cuando la vi, sus cabellos verdes le tapaban el rostro, pero aun así el llanto no podía pasar desapercibido, me acerqué y volteó a verme, tenía el rimel corrido y no paraba de llorar.
Aunque era la primera vez que la veía, me senté con ella a platicar y tranquilizarla. Después de un rato me dijo que su hermana menor recién había fallecido.
-Le encantaban los colibríes.
Se le rozaron un poco los ojos de lágrimas al decir eso.
La noche siguió y me habló de su hermana que admiraba la alegría que siempre irradiaba. Al final Iris ya no lloraba, pero su semblante siempre siguió triste.
El tiempo pasó y nos hicimos muy unidas. Ella solía dibujar un colibrí color lila porque aseguraba que su hermana se había convertido en uno al partir.
La chica que era cuando no lloraba estaba llena de risas, música y paz. Se veía bien y decía sentirse así. Era experta en ocultar el dolor.
Nunca pude ayudarla y vaya que lo intenté, más siempre alejaba el consuelo.
Varias veces dijo que el día que su hermana hecha colibrí apareciera, sería el día en que Iris se despediría del mundo.
Ambas creíamos que ese día nunca llegaría. Y ella lloraba por eso.
Dos años después de que nos conocimos, el día del cumpleaños de su hermana, Iris se despidió de todo.
Me entristecí mucho, por mí, pues ella por fin había terminado con su dolor, me haría falta ver sus ojos melancólicos y hablar con ella.
Y, llámenme loca, pero podría jurar que varias veces la he visto pasar por mi ventana como un colibrí: un verde y brillante colibrí.

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